- ¿De dónde viene tu pasión por desaparecer?
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Nunca he podido contestar.
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Allá en lo alto de la torre, creí descubrir que Dios repetía al menos dos veces las preguntas.
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Admiraba y envidiaba esa caligrafía suya que, en el último periodo de su actividad literaria (cuando se volcó en esos textos de letra minúscula conocidos como microgramas), se había ido haciendo cada vez más pequeña y le había llevado a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz, porque sentía que éste se encontraba «más cerca de la desaparición, del eclipse».
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«Está bien», le dije, «acepto la invitación. Después de todo, llevaba tiempo deseando reunirme con el dottore Pasavento.» Hubo un silencio. «Llevaré mi librea de hogareño», añadí tratando de decir algo aún más raro, y en este caso ya casi totalmente incoherente. «No comprendo», dijo entonces el que había llamado. «Tampoco yo entiendo eso del baile en la frontera», le contesté.
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«¿Hacia dónde va la literatura?, le habían preguntado. «Va hacía sí misma, hacia su esencia, que es la desaparición», había contestado impertérrito.
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Ya sólo por eso la rue Vaneau debería ser considerada una calle excepcional, pues había tenido como vecinos durante muchos años a los dos máximos recordmen de la escritura de diarios de toda la historia de la literatura francesa.
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Ya sólo por eso la rue Vaneau debería ser considerada una calle excepcional, pues había tenido como vecinos durante muchos años a los dos máximos recordmen de la escritura de diarios de toda la historia de la literatura francesa.
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¡Ay, la rue Vaneau! No sé si todo el mundo sabe que cuando uno se queda solo durante mucho tiempo, donde para los demás no hay nada se descubren cada vez más cosas por todas partes.
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Los titulares que día tras día encontraba («Bush ha hecho saber a Siria que confía en que refuerce la vigilancia en su frontera», por ejemplo) parecían empeñados en que mi relato de la rue Vaneau no se acabara nunca.
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el 1 de mayo (curioso día para nacer)
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en la soledad radical de este cuarto de hotel con una ventana ante el abismo,
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sin una sola idea válida para comprender el mundo, y ya no digamos para comprender Siria.
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sabe que si uno mira largo rato al abismo, el abismo acabará observándole a él también.
Vila Matas y Watchmen tienen la misma frase==========
En realidad, nadie entiende, pues, por qué podemos volar. Pero muchos volamos, aunque no entendamos nada.
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Leí esto y me pregunté qué habría sucedido si lo hubiera leído en un avión.
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W. G. Sebald era consciente de la necesidad de una literatura que denunciara el ritmo mortal de las desapariciones
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«Siempre que descifro una de estas notas me asombra que una estela ya hace tiempo extinguida en el aire o el agua pueda seguir siendo visible aquí, en el papel.»
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«A todos esos muertos a nuestro alrededor, ¿dónde sepultarlos sino en el lenguaje?»,
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Se escribe siempre por afán de aventura.
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No puede decirse que esté inactivo, pero toda su acción es interior, y está dirigida a alcanzarse a sí mismo como el muerto que ya es.
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pero ahora -sí, ahora- ha abandonado la vida real y sólo tiene que vérselas con palabras, un mar en el que se pierde y en el que tiene, sin embargo, la sensación de estar en una situación de plenitud.
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Durante unos instantes, dando por hecho que era de origen húngaro, estuve imaginando que sus concepciones del mundo estaban fundadas en las nociones de utopía, catástrofe y vacío metafísico, conceptos fundamentales para comprender la Europa Central.
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acabé dedicado a pensar en la utopía de la abolición del sentido e imaginé a alguien no trataría de darle sentido al absurdo ni a la vida ni al mundo, alguien que a su vez imaginaría un sentido que llegaría después y para el que habría que atravesar un largo camino de iniciación, nada menos que el sentido en su totalidad, para poder extenuarlo, eximirlo.
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me hubieran aleccionado para que intentara desaparecer contando, paso a paso, cómo voy lentamente llevando a cabo la ceremonia de mi eclipse.
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Aparecer y desaparecer. Como si estuviera obligado a llevar al límite ambos verbos.
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sin saber que nos esperaba el más intenso infierno matrimonial que se ha dado en la historia del mundo civilizado, aquel mundo en el que primero desapareció Dios y después el hombre.
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¿Cuál era el precio que le pedía el espíritu inmortal? La renuncia a la ambición de formarse un nombre en su profesión, el sacrificio de su porvenir. «¿Y qué seré entonces?» «Un derrotado de la vida», le respondía el fantasma.
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pensé que la intermitencia era lo más erótico que existe:
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Cuando quince años antes yo había vivido en esa ciudad, las figuritas del genial cómico se mezclaban con las del futbolista Maradona. Pero ahora éste parecía haberse difuminado del panorama general de Nápoles. Era, junto a San Gennaro y Ettore Majorana, un desaparecido más de esa ciudad que parecía haberse quedado, de pronto, sin sus dioses de antaño.
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Tenía la nítida impresión de que no había yo mejorado nada, pero al menos era otro.
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«Y usted seguramente no sabe que donde hay dos locos nunca hay más de dos locos», respondió.
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«Soy el último escritor feliz.» Iba a preguntarle por qué decía eso cuando añadió: «Me encantan las nubes, por ejemplo. Una nube puede ser tan sociable como un buen y callado compañero.» Entendí que me instaba a seguir callado. No era lo que más me interesaba a mí, que necesitaba que de vez en cuando él me llamara doctor Pasavento.
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El viaje, por poner ahora un ejemplo casi evidente, resultó ser en la antigüedad la trama ideal, porque descubrieron que si algo tenía un comienzo y un final, ese algo era el viaje. Entonces no se sabía todavía lo que era contar una historia, pero sí perfectamente qué era un viaje. Los viajes tenían un comienzo y un final. Eso ponía un orden a las cosas si uno quería contar una historia y acotarla de forma que empezara y terminara. Por eso seguramente la Odisea, con su recuento de un viaje, es una de las primeras historias que se contaron.
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Hoy sabemos que cualquier persona que sale de viaje puede repetir la experiencia de Ulises, salvo que haya decidido no regresar nunca a casa.
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En el momento de salir el avión, siempre se pone en marcha una historia que tendrá un final al regresar a casa, salvo que hayamos entrado en esa fuga sin fin de la que hablaba Roth. Pero, ahora bien, ¿en qué momento realmente empezó esa historia? ¿Fue al facturar la maleta o cuando paramos un taxi para ir al aeropuerto o cuando la azafata nos sonrió al darnos los periódicos o cuando, diez años antes, comenzamos a soñar en ese viaje o bien cuando nos dormimos durante el vuelo y soñamos que no volábamos?
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Hoy sabemos que cualquier persona que sale de viaje puede repetir la experiencia de Ulises, salvo que haya decidido no regresar nunca a casa. En el momento de salir el avión, siempre se pone en marcha una historia que tendrá un final al regresar a casa, salvo que hayamos entrado en esa fuga sin fin de la que hablaba Roth. Pero, ahora bien, ¿en qué momento realmente empezó esa historia? ¿Fue al facturar la maleta o cuando paramos un taxi para ir al aeropuerto o cuando la azafata nos sonrió al darnos los periódicos o cuando, diez años antes, comenzamos a soñar en ese viaje o bien cuando nos dormimos durante el vuelo y soñamos que no volábamos?
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«yo creo que Rosellini era consciente de que, dado que la vida es un tejido continuo y dado que cualquier principio es arbitrario, una narración puede empezar en un momento cualquiera, por la mitad de un diálogo, por ejemplo.
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(hoy en día, a diferencia de antes que estaban desesperados y bebían absenta, los escritores malditos son simplemente aquellos a los que ya no cita nunca nadie),
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he rebajado la velocidad de mis pasos por el boulevard Saint-Germain y me he puesto a pensar en todas esas frases de Walser que, como las de Jaeggy, siempre me parecieron deslizamientos hacia un gélido silencio.
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He recordado cómo en Barcelona, en el Liceo Italiano, tomé un día en secreto la decisión de no prepararme para entrar en el mundo, sino para salir de él sin ser notado.
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- ¿Hasta cuándo duró su juventud, doctor Pasavento?
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confirmando que sobrevivir a la ciudad de tu infancia es una experiencia moderna.
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Un extraño panorama para después de esa batalla perdida que es la infancia.
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Uno podía respirar mejor así, con dos juventudes. Donde no alcanzaba una, llegaba la otra.
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Caminando los dos entre la multitud, me hubiera gustado decirle a Morante que no había mejor escuela para educarse en la vida que proponerle a ésta incesantemente la diversidad de tantas otras vidas.
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En el pasado rompí con más de un amigo precisamente porque me recordaba el pasado.
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y eché en falta, entre los personajes que allí aparecían, a esa simpática figura que siempre está en los pesebres navideños de Nápoles, ese muchacho que se halla tendido en la hierba y que duerme eternamente. Precisamente Atxaga me había regalado una figura de ese dormilón del pesebre a su paso por Nápoles hacía quince años y yo la había conservado siempre como amuleto de la buena suerte.
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Me acordé de unas instrucciones de Georges Perec: «Describe tu calle. Describe otra calle cualquiera. Después, compara.»
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Recordé que un escritor sueco del XVII, el doctor Swedenborg, sostenía la teoría de que cuando un hombre muere, no se da cuenta de que ha muerto, ya que todo lo que le rodea es igual. Se encuentra en su casa, lo visitan sus amigos, recorre las calles de su ciudad, no piensa que ha muerto; pero luego empieza a notar algo, que al principio lo alegra y que lo alarma después, nota que todo en el otro mundo es más vívido que en éste.
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«Lo que no es extraño, es invisible», decía su amigo Paul Valéry.
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Le dije, por ejemplo, que sabía que los supuestos enloquecimiento, de personajes como Hölderlin, Nietzsche, Artaud o Robert Walser no eran tales, sino más bien extravagantes discursos literarios que eligieron un modo de comunicarse poco común, más lúcido probablemente.
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Organicé un libro propio en mi cabeza, un ensayo que hablaría de que nuestro ciclo cultural empezó con figuras dobles (esfinges, centauros, dioses con cabeza de perro) y con nosotros se encuentra en una culminación de vida doble, pues pensamos siempre algo distinto de lo que nos disponíamos a pensar, y no sólo eso: a la hora de escribir, por ejemplo, escribimos siempre algo distinto de lo que hemos pensado (que encima no es exactamente lo que íbamos a pensar), y, en fin, lo que acabamos transcribiendo en el papel es algo muy distinto de lo que teníamos proyectado.
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«Próximamente».
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Recordar la frase me llevó a escribirla debajo del título que había escrito yo en aquel papelillo recién encontrado en el bolsillo. Y el papelillo se convirtió en un relato ultracorto. LOCURA No estoy aquí para escribir, sino para enloquecer.
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un dia tuve una conversacion de seis horas con un desconocido. presumia de que habia leido el ulises y el werther.
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Lo imaginé no hace tanto tiempo, pero ahora parece que haya transcurrido una eternidad, el tiempo suficiente para que haya podido acordarme de que el título no venía exactamente de mi imaginación, sino que procedía de Kafka.
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era curioso observar la paradoja de cómo a medida que yo desaparecía, crecía el número de objetos personales que me tocaba transportar.
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Ni había pasado por su cabeza que Dios había muerto, pues Dios era él.
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esa línea, tan impensable en el XIX, de la que Walser fue involuntario pionero y que consiste en renunciar a la conciencia pues, como se lee en Jakob von Gunten, «siempre el hombre que tiene conciencia de sí mismo choca con algo hostil a la conciencia».
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Esperaba ser puntual, nada deseaba tanto como serlo, tal vez porque también a mí, como a Walser, la puntualidad siempre me pareció una obra maestra. Y ya se sabe lo raras que son las obras
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Dice un proverbio japonés que hay que lavarse los ojos después de cada mirada.
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Está comprobado que el mundo aspira a volver siempre a las cosas sencillas, elementales. Por sano instinto, uno se resiste a que lo excepcional, lo extraño, se haga dominante.
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Y yo, por mi parte, me acordé de Walser cuando, en compañía de Seelig, vio a un joven fraile asomado a la ventana de un convento, y comentó: «Tiene nostalgia del exterior, como nosotros del interior.»
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Que Yvette no se hubiera creído que parte de mi juventud había transcurrido en el Bronx y que, además, hubiera considerado que Daisy Blonde era simplemente una invención, me confirmó que los otros nos obligan siempre a ser como ellos nos ven o como quieren vernos.
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Pensar que somos lo que creemos ser es una de las formas de la felicidad.
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Pero ahí están siempre los otros para vernos de otra manera e impedirnos la construcción de nuestra ilusa felicidad y de paso la construcción de nuestra personalidad favorita, personalidad muchas veces más compleja, por cierto, que la de un personaje de ficción.
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«No sé quién soy, pero sufro cuando me deforman»,
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Tal vez me encontraba de nuevo ante una de aquellas señales misteriosas que no sabía yo si estaban dándome una oportunidad para ser dueño de mi vida o, por el contrario, sin contar conmigo, buscaban reforzar mi destino con los naipes marcados.
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«Al escritor se lo suele tildar en vida de personaje ridículo; sea como fuere, es siempre una sombra, está siempre aparte, ajeno al inefable placer de estar en el meollo, placer del cual disfruta el resto de la gente; sólo es importante cuando escribe sin descanso, es decir, a escondidas.»
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Empecé a aburrirme, que era lo peor que me podía pasar en el centro exacto de mi vida.
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gestionar tu gloria.
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Le he explicado que siempre he sospechado que lo que escribo acaba proyectándose, aunque sea de una manera deformada, sobre la realidad.
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Después de todo, mi vida -ahora puedo verlo con claridad- no ha sido más que una caída, el clásico viaje interior en uno mismo, una excursión hacia el fin de la noche, la negativa absoluta de regresar a Ítaca, el deseo de quedarme aquí para siempre, escribiendo para desaparecer.
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«No hay manera de entender por qué Dios concede belleza, afabilidad, tristes y dulces ojos a personas débiles, desdichadas e inútiles, y por qué son tan atractivas.»
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«Dos tareas del inicio de la vida: reducir cada vez más tu ámbito y comprobar una y otra vez que no te encuentres escondido en algún lugar fuera de él»,
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Y para reforzar la idea de lo insustancial de esa cuestión recordé para mí mismo que, como decía Pynchon, el doble pensamiento es una forma de disciplina mental que acaba resultándonos muy sintética y útil si somos capaces de creer dos verdades contradictorias al mismo tiempo.
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«Algunos hombres fuertes no están solos en la soledad, pero yo, que soy débil, estoy solo cuando no tengo amigos.» «Bueno, ya está bien, Bove es mío»,
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Ahí era nada haber logrado que la escritura se me hubiera vuelto tan residual como profundamente liberadora.
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a diferencia del grosero y tan dibujado Quijote, el misterioso Hamlet seguía sin poder ser identificado con rostro alguno, lo que le convertía en el verdadero hombre moderno de nuestro tiempo.
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«Para desaparecer tiene que haberte visto antes alguien.»
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un hombre no tiene una identidad a no ser que tenga un secreto»,
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«Unos lo hacen por Internet. Se inventan nombres falsos y resuelven problemas escribiéndose con desconocidos en una zona, la de Internet, relativamente libre de consecuencias»,
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Era para desanimarse si no fuera porque aquello era en realidad muy favorable a mis intereses.
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«Cuando dos personas hablan, una de ellas debe guardar silencio. Por ejemplo, ahora estamos conversando y mientras yo hablo, tú estás obligado a permanecer callado»,
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«Aunque no sé contar historias, sé decir la verdad. Quizás es mi destino en la tierra.» He recordado que, comentando precisamente estas dos frases, Peter Handke llegó a la conclusión de que Bove era grande. «Y entiendo por grande saber ceder su lugar al otro»,