Confieso que lo cogí con recelo. Confieso que los libros que
logran demasiadas ventas tienen para mí un tufillo a manzana caramelizada de
feria que me echa para atrás. Confieso también que un libro de más de
cuatrocientas páginas llega con dificultad a mi mesita de noche. Confieso que
detesto los géneros literarios o, más que los géneros, detesto los libros que
están por debajo de su género y no por encima, aquellos en los que se notan
demasiado los tópicos como estructuradores de la historia.
En el peor de los ánimos posibles empecé Canción de hielo y fuego, de George R.R.
Martin, pero pronto tuve que deponer mis armas y rendirme a él. Martin utiliza
el género fantástico, es cierto, pero lo hace con tal sutileza, maestríaa y
contención, que logra que el lector asuma como posible y verdadero un mundo de
dragones, muertos que matan a los vivos y seres que cambian de rostros como si
cambiaran de nombre.
El esfuerzo y el logro de Martin ha sido el de crear un
universo completo, un universo que tiene elementos de otros pero que no se
parece a nada, con su mapa, su flora y su fauna, sus minerales y sus reyes, y
dentro de este universo todo es necesario y contribuye a darle un sentido a la
vida de los hombres.
Si la literatura nos aleja de la realidad es sólo para
devolvernos a ella más intensos, más preparados para experimentar las pasiones
humanas de una forma total, creativa y cargada de matices. Hay quienes aún no
entienden que la verdad en literatura
significa otra cosa, que no se trata de fidelidad histórica, sino de
verosimilitud, de piezas que encajan dentro del puzle de la ficción.
Los personajes de Canción
de hielo y fuego encajan. Son seres carismáticos, a medio camino entre el
cuento de hadas y la novela realista, son héroes con atributos y físico
inolvidables, pero también son humanos que evolucionan a lo largo de las novelas,
que mantienen diálogos con frases escritas en piedra, que se recuerdan los unos
a los otros, que viven, que sueñan, que se transforman cuando experimentan
nuevas aventuras, que pierden paso a paso su inocencia (y si no la pierden
mueren, porque en este mundo, en estos dos mundos, ya no hay espacio para los
inocentes).
El único pecado de George R. R. Martin ha sido la ambición,
el proyecto de novelar una historia tan inabarcable como nuestra propia
historia. La contención de los tres primeros tomos se desparrama en el cuarto y
aún más en el quinto, en los cuales aparecen y desaparecen personajes
secundarios sin demasiada carga de acción ni de significado. Con todo, la
ambición es el menos grave de todos los pecados, así que el lector habrá de ser
benévolo, como lo sería con un padre demasiado servicial, y habrá de serlo
porque Canción de hielo y fuego le
ofrece mucho más que una lectura, le ofrece una experiencia lectora, puede que la más intensa (una de las más
intensas seguro) que podamos tener hoy en día.
Esta experiencia
lectora sólo se puede lograr a través de la fantasía, que cambia de tal
manera las reglas del universo que el lector se ve obligado –casi sin darse
cuenta– a vivir entre sus páginas de una forma diferente, con un espíritu
transformado, con unos sentimientos más profundos y unas aspiraciones más
nobles.
En España tuvimos al mejor lector de fantasía, a ese Alonso
Quijano al que los libros volvieron tan loco como Orlando y tan noble como
Amadís. Don Quijote nos enseñó a leer fantasía, aunque hoy en día se le aprecie
más como aventurero que como lector. Ahora leemos a Cervantes olvidando que
fueron precisamente sus lecturas las que transformaron a Alonso Quijano en un
héroe.
En lo profundo de una España que se hunde, con las uvas del
año más profético a punto de ser devoradas y con una copia de El Quijote cogiendo polvo en la
estantería, es hora de leer a Martin, es hora de cantar al hielo y al fuego y
de jugar al juego de tronos, el juego en el que ganas o mueres.
De entre toda la bazofia que prolifera en las librerías
industrializadas bajo el epígrafe de "fantasía", el primero de los
libros que debemos rescatar del fuego es esta historia de reinos, de
conquistas, de caballeros y espadas, esta historia que ha de guiar nuestros
actos una vez devueltos a la realidad cotidiana, una vez que aprendamos de
él a nombrar al mundo de otra manera,
con los nombres rescatados de una era que sólo hemos tenido la oportunidad de
vivir dentro de las paginas de un libro. Y así podremos pensar en otra historia,
distinta y menos triste.
Artículo publicado en la revista Brixel