Tuesday, April 19, 2011

Bichos


Dentro del ser humano, ese ser humano racional y civilizado, sigue habitando un cerebro reptil, una masa primitiva que provoca las fobias más extrañas. Fobia a los espacios abiertos, fobia a las alturas, fobia a los aviones y, la más inexplicable de todos, la fobia a los bichos. Seres pequeños que poco mal pueden hacer, arañas y cucarachas, están sometidos al odio más atávico.

Cuando Augusto Monterroso afirmó que la poesía tiene tres grandes temas --el amor, la muerte y las moscas-- dejó constancia de que la literatura da cabida a lo menos humano de lo humano, a las pequeñas obsesiones que se cuelan como insectos por las rendijas de lo estructurado y explicable. Es necesario centrarse en las moscas, quizá por lo poco evidente y por lo insignificante, porque, si bien la literatura va hasta lo profundo, se construye a base de pequeños detalles y, si bien llega hasta lo universal, se forma en la partir de lo más subjetivo. Hablaremos entonces de tres bichos, de la cucaracha que aparece en La metamorfosis de Kafka, pasa por la lupa de Nabokov y se posa en la boca de Clarice Lispector, en su novela La pasión según G.H.

La metamorfosis es la historia del extrañamiento, del desconocimiento de uno mismo. Es una historia amarga y atroz que Nabokov estudiará detalladamente en cuanto a su estructura y su estilo en el Curso de lieratura europea. Voy a obviar todo su estudio para centrarme únicamente en la visión que el ruso proyecta sobre el insecto y en la huella que dejó en mi mirada.

Cuando leí a Nabokov por primera vez me llamó la atención que dijera que los escarabajos tenían alas, que eso era algo de lo que ni Kafka ni Gregorio se habían dado cuenta. Me fascinó esta revelación hasta tal punto que fue durante muchos años mi paradigma de crítica literaria: un lector se da cuenta de algo que tiene el texto y que al mismísimo autor se le había pasado por alto.

Hoy ya no lo veo tan claro, pues en esta visión está más presente el entomólogo que el crítico literario e incluso que el escritor. Para Nabokov los insectos son, incluso más que la literatura, su pasión, así que sobre esta historia de insectos proyecta una mirada amable y escrutadora. Su mirada se ve contaminada por la pasión, pues no le es posible al ser humano renunciar totalmente a sus pasiones.

Para el ruso el hecho de convertirse en un bonito insecto con alas no es de las peores cosas que le pueden pasar a uno. Kafka no se fija en las alas, porque su personaje, realmente, diga lo que diga la biología, carece de ellas.

Puede que hoy ya no considere la apreciación de Nabokov sobre las alas de Gregorio una cumbre de la crítica literaria, pero me sigue pareciendo uno de los hallazgos más felices de la metaliteratura, un punto de inflexión en el que las anotaciones al margen y los dibujos de Nabokov sobre la obra de Kafka han conseguido realmente cambiar la fábula de checo.

La pasión transforma un ser repulsivo, que se esconde bajo la cama, en un hermoso insecto con capacidad de volar ¿no es acaso maravilloso? La metamorfosis de Kafka no sólo sucede dentro de las páginas de su libro, sino que su insecto, su Gregorio Samsa, se transforma en la pluma de Nabokov. Pero no termina ahí su viaje, sine que se vuelve a transformar en las páginas de la novela de Clarice Lispector.

Si el lenguaje se compone de palabras, que juntamos para formar frases, y de frases, que juntamos para construir mensajes; la literatura se compone de libros, que juntamos para dar sentido a sus símbolos. Por eso el tema de los bichos es tan potente, porque los bichos son esos seres incontrolables que se cuelan por las rendijas de las casas y de los pensamientos, esos seres enigmáticos que son unas veces enemigos y otras compañeros de los seres humanos. El insecto es la gran metáfora de que existe algo primitivo en el mundo civilizado, algo animal en las personas y algo ajeno en lo propio. El símbolo inmóvil en Kafka y con alas en Nabokov da una vuelta de tuerca en la novela de la Ucraniano-brasileña Clarice Lispector, también teñida inevitablemente por la pasión. La metamorfosis ya no sucede en el exterior, sino en el interior. El insecto es comido por la protagonista y entre a formar parte de ella, de la misma manera que los creyentes comen la hostia y el cuerpo de cristo pasa a integrarse dentro de su propio ser.

En La pasión según G.H. la protagonista traspasa el umbral de sus propios miedos y fobias para enfrentarse con una habitación que no pisaba y allí efectúa el acto ritual de comer una cucaracha. El alimento es la metamorfosis más antigua, la disolución más extrema entre yo y el mundo que me rodea, un mundo que es extraño, pero que también es, paradójicamente, comestible.

Ni Kafka ni Nabokov se habían dado cuenta, pero las cucarachas se pueden comer. No es extraño que sea una mujer quien descubra esto, pues la mujer es el primer y más necesario alimento del ser humano. No es de extrañar que sea una autora la que revele la nueva dimensión del insecto, y la que narre una metamorfosis más cotidiana, pero no por ello menos cargada de simbolismo. El ser humano, y más aún la mujer que el hombre, tiene rendijas dentro de su propio cuerpo, lugares que conectan lo interior con lo exterior, espacios de metamorfosis donde suceden procesos simbólicos. Podemos aceptar al insecto en el que se convirtió Gregorio Samsa. Podemos aceptar las alas que tiene ese insecto gracias a Nabokov. Podemos, por último, introducir el insecto en el cuerpo, porque la literatura y sus símbolos también transforman la carne.


Artículo publicado en Brixel