Monday, October 31, 2011

El efecto Sherezade




Los lectores de novela suelen ser permanentemente insatisfechos espectadores de cine. Cuando has leído un buen libro, uno de esos que acompañan durante días o meses, un libro que ha dormido junto a ti en la mesita un buen puñado de noches, siempre esperas, de forma más o menos consciente, que hagan una película. La literatura consiste en una superposición lineal de detalles, mientras que en una película te sumerges en tiempo real en una escena, con todos sus matices, con todos sus detalles a la vez, así que el lector raras veces se resiste a la tentación de ver la película que se ha basado en sus libros favoritos. Pero luego, mientras la ve se pasa el tiempo maldiciendo al director por haber cortado escenas, por haber cambiado diálogos, por haber traicionado el "espíritu" del libro y termina, la mayoría de las veces, decepcionado por lo que ha visto.
El tema de las adaptaciones literarias es un tema complejo, la película que adapta una buena novela, una novela conocida y amada por muchos, parte desde su inicio con una ventaja y una desventaja: la ventaja de utilizar una narración que ha demostrado que gusta y funciona, y la desventaja de que los lectores exigirán esa fidelidad al "espíritu" que ni siquiera ellos son capaces de explicar y que probablemente cambie de un lector a otro.
El cine no se ha liberado aún de su deuda con la narrativa, y la paga religiosamente adaptando las novelas que todos esperamos que se adapten. Sin embargo la experiencia del lector de novelas no es comparable a la experiencia del espectador de cine. Son géneros que no se pueden equiparar, principalmente porque el lector de novelas diluye su lectura en varios días, de manera que el libro tiene una significación dentro de un periodo concreto de su vida, mientras que la película concentra su significación en hora y media (dos horas como mucho), pues impone un tiempo al espectador, lo hace salir de su cotidianeidad como si fuera un sueño, sustituye la realidad en lugar de acompañarla. Una película tiene más que ver con un relato que con una novela, pues el relato y la película exigen ser recibidos de una sola vez, desde el principio hasta el final, sin un descanso. Ni la película ni el relato se pueden dejar a medias y volverlos a retomar unos días después.
Si hay un género cinematográfico que se pueda comparar a la experiencia lectora de una novela es el de las series de televisión. Lo mismo que las novelas se publicaban por entregas en los periódicos, las series se emiten en capítulos semanales. Esa sensación de continuidad y necesaria ruptura que no hace sino subrayar la continuidad lo podríamos llamar el "efecto Sherezade", que es el efecto produce la sensación de algo completo y también algo pendiente unidos. No es el "continuará" de las telenovelas, que juegan con la trama de la intriga y el deseo de saber que ocurrirá, sino lo que queda en la médula espinal después de cada capítulo de Perdidos, Los Soprano, Mad Men o Misfits (o, por nombrar una adaptación literaria, Juego de Tronos). Si alguien está buscando la huella que imprime en el carácter una novela no debería meterse en la sala de un cine, debería buscar entre las series, pues estas ya han logrado superar su minoría de edad y son, en ocasiones, verdaderos productos estéticos.
El efecto Sherezade es un efecto narcótico y sedante, lo mismo que eran los cuentos que le contaba Sherezade al  Rey Shahriar, el efecto que nos producen las historias que prometen continuar al día siguiente, que nos prolongarán la vida un poco más, pues mientras dura la historia la vida también dura. Los personajes se quedan suspendidos esperando la conclusión en el limbo de lo que existe, aunque sea de la manera en que existen dios y los unicornios. El efecto Sherezade hace que la realidad sea habitable, porque podemos elegir en ella a nuestros compañeros de viaje. El ser humano necesita la repetición, necesita saber que lo que hoy es cierto y está vivo mañana seguirá siendo cierto y seguirá estando vivo, aunque se transforme. Se necesita mucha presencia de ánimo para decir hola y adiós a alguien una misma tarde, se necesita una gran carencia de miedo, se necesita estar preparado para la muerte.
La película exige mucho, lo mismo que un relato. Haz la prueba. Piensa en qué te da menos pereza, leer un relato o empezar una novela, ver una película o dos capítulos de una serie. Aunque inviertas el mismo tiempo en hacer ambas cosas ni el relato ni la película van a desplegar su efecto Sherezade, el beso de buenas noches con la promesa de que la historia continuará mañana. La novela y la serie suspenden nuestro miedo a la muerte, a que todo se termine, a que no podamos controlar el tiempo, el cine y el relato son espacios sagrados en los que el espectador y el lector se enfrentará al abismo, ceden su tiempo a los personajes sin esperanzas de que estos sigan a su lado cuando se despierte.

Artículo publicado en la revista Brixel

Wednesday, October 19, 2011

Sunday, October 09, 2011

Destripando a Jack





Hay algo profundamente admirable en los ingleses, y es la capacidad que tienen para narrar su propia historia, la tremenda labor literaria que han llevado a cabo para conquistar su tradición, para que sus personajes históricos sean contemporáneos de cualquier época y para que sigan presentes hoy en día. Es un país que no se olvida nunca de su pasado, un país que ha llevado a la ficción su historia (baste como ejemplo las inmensas tragedias de Shakespeare) y a la historia su ficción, pues nadie se atreverá a negar que personajes tan irreales como Sherlock Holmes, Peter Pan o Alicia forman parte de nuestro imaginario.
No se puede evolucionar sin una enorme carga de ficción que articule esta evolución, sin un juglar que cante la batalla, sin un cronista o poeta que vaya recogiendo los pedazos de acontecimientos para darles luego un sentido y un fin. Muchas veces el error es pensar que la literatura va por su lado, que no hunde las raíces en la más cruda realidad, y que no termina por regresar indefectiblemente a ella. El error consiste en no considerar reales a algunos de los personajes de las novelas y en no considerar ficción a los que viven en las páginas de los periódicos y los libros de historia.
Uno es estos personajes reales de ficción --tal vez el más famoso de todos-- es Jack el Destripador: un asesino que fue perseguido por la policía, fue portada de los periódicos, y que sin embargo habita el imaginario del lector con la fuerza de una leyenda, de una historia narrada de forma anónima que se sostiene por su gran poder simbólico y evocador.
Jack el Destripador es, como los nazis, un aspecto tan aterrador del ser humano que produce una suerte de fascinación, una necesidad de recrearlo una y otra vez, no se sabe muy bien si para volverlo verosímil o para colocarlo del lado de la fantasía, donde todo hecho monstruoso es bello y necesario.
El asesino londinense aparece ahora en las páginas de dos obras maestras del cómic (no seré tan cursi como para llamarlo "novela gráfica"): por un lado en la inquietante From Hell, de los aún más inquietantes Alan Moore y Eddie Campbell y por otro lado en la precuela Peter Pan, del francés Loisel (hay algo profundamente admirable en los franceses, y es su capacidad para apropiarse de las historias ajenas).
From Hell es una mezcla de novela policiaca, esoterimso al más puro estilo de William Blake y desafío visual a las entrañas del lector. Es un universo brutal, desengañado, en el que todo encaja a la perfección, en el que los personajes no justifican su existencia, sino que el mero hecho de existir los vuelve justos y necesarios. From Hell narra un vacío en la historia de Inglaterra (que se puede tomar como la historia del mundo ya que al tejer ficción y realidad se convierte en universal). La obra de Loisel parece, en principio, más amable: bellos dibujos de colores, viñeta limpia y grande, ordenada, tradicional, europea, fácil de leer y con una ambientación de ensueño. Sin embargo hay muchas cosas que estos dos cómics tienen en común.
La primera es la pérdida de la inocencia: Peter Pan es una obra también brutal, el mundo de Nunca Jamás es un mundo terrorífico y naif al mismo tiempo, y el lector se da cuenta demasiado tarde de que no se ha metido precisamente en un cuento de hadas. La segunda es el intento de rellenar narrativamente los huecos de una historia. El Peter Pan de Barrie comienza in media res, con un niño que vuela y que vive en un mundo fantástico, pero nunca explica quién es ni cómo llegó allí. Esto lo descubrimos en el cómic de Loisel, como también descubrimos quién es el Capitán Garfio o el lado más oscuro de Campanilla.
Dentro de Peter Pan también está el personaje Jack el Destripador. No se termina de explicar muy bien y a veces parece un añadido que no encaja con el resto de la historia, pero ofrece un contrapunto muy interesante a Peter. El Jack de From Hell es el reverso de lo femenino. El Jack de Peter Pan es el reverso de la inocencia. Para que un personaje gane por completo su inocencia el equilibrio del mundo obliga a que alguien la pierda por completo.
En su artículo "¿Qué es la Ilustración?" Kant pedía al ser humano que abandonara su minoría de edad, que abandonara su inocencia, que no hiciera depender a la razón más que de sí misma. Hay quienes dicen que la Ilustración ya pasó y hay quienes dicen que todavía no ha llegado, que aún sigue nuestra razón en esa peligrosa minoría de edad. Por último hay quienes afirman que aún estamos en esa época, a medio camino entre la lustración y el romanticismo, dos momentos que nunca llegaron a estar separados del todo, que fueron cada uno el reverso del otro lo mismo que Jack es el reverso necesario de Peter Pan.
La sombra de la Ilustración es alargada, y el lado más sombrío es Jack el Destripador. Es la caricatura grotesca de la ciencia llevada al extremo, del dominio de la naturaleza y la búsqueda de lo verdadero a costa de lo real. La razón también produce monstruos, inteligencias extremas que trabajan sin descanso para acabar con lo natural o lo inocente. La obra de Loisel representa la crueldad de la inocencia, que radica en vivir el rabioso presente, sin recordar el pasado ni preocuparse por las consecuencias de los actos. La de Alan Moore representa la crueldad de la mayoría de edad, que radica en vivir sin atender al presente, siendo fiel a la sabiduría del pasado y preparando la del futuro, la crueldad del sabio que vive por encima del bien y del mal, por encima de la naturaleza y por encima de lo humano.
Hoy en día vivimos en la cuerda floja. Intentamos salir de la minoría de edad pero contemplamos delante de nosotros el abismo de la razón, capaz de horrores como las bombas atómicas o la alteración genética de las semillas. Jack el Destripador habita las páginas de dos cómics que también han perdido la minoría de edad, la inocencia propia de este género. El ilustrado Jack regresa de las brumas de Londres para dejarnos suspendidos en la incertidumbre histórica, el ilustrado Jack deja al lector sin el amparo de la infancia y sin la confianza en la razón, anclados en el desasosiego. 


Artículo publicado en la revista Brixel