Los lectores de novela suelen ser permanentemente
insatisfechos espectadores de cine. Cuando has leído un buen libro, uno de esos
que acompañan durante días o meses, un libro que ha dormido junto a ti en la
mesita un buen puñado de noches, siempre esperas, de forma más o menos
consciente, que hagan una película. La literatura consiste en una superposición
lineal de detalles, mientras que en una película te sumerges en tiempo real en
una escena, con todos sus matices, con todos sus detalles a la vez, así que el
lector raras veces se resiste a la tentación de ver la película que se ha
basado en sus libros favoritos. Pero luego, mientras la ve se pasa el tiempo maldiciendo
al director por haber cortado escenas, por haber cambiado diálogos, por haber
traicionado el "espíritu" del libro y termina, la mayoría de las
veces, decepcionado por lo que ha visto.
El tema de las adaptaciones literarias es un tema complejo,
la película que adapta una buena novela, una novela conocida y amada por
muchos, parte desde su inicio con una ventaja y una desventaja: la ventaja de
utilizar una narración que ha demostrado que gusta y funciona, y la desventaja
de que los lectores exigirán esa fidelidad al "espíritu" que ni
siquiera ellos son capaces de explicar y que probablemente cambie de un lector
a otro.
El cine no se ha liberado aún de su deuda con la narrativa,
y la paga religiosamente adaptando las novelas que todos esperamos que se
adapten. Sin embargo la experiencia del lector de novelas no es comparable a la
experiencia del espectador de cine. Son géneros que no se pueden equiparar,
principalmente porque el lector de novelas diluye su lectura en varios días, de
manera que el libro tiene una significación dentro de un periodo concreto de su
vida, mientras que la película concentra su significación en hora y media (dos
horas como mucho), pues impone un tiempo al espectador, lo hace salir de su
cotidianeidad como si fuera un sueño, sustituye la realidad en lugar de
acompañarla. Una película tiene más que ver con un relato que con una novela,
pues el relato y la película exigen ser recibidos de una sola vez, desde el
principio hasta el final, sin un descanso. Ni la película ni el relato se
pueden dejar a medias y volverlos a retomar unos días después.
Si hay un género cinematográfico que se pueda comparar a la
experiencia lectora de una novela es el de las series de televisión. Lo mismo
que las novelas se publicaban por entregas en los periódicos, las series se
emiten en capítulos semanales. Esa sensación de continuidad y necesaria ruptura
que no hace sino subrayar la continuidad lo podríamos llamar el "efecto
Sherezade", que es el efecto produce la sensación de algo completo y
también algo pendiente unidos. No es el "continuará" de las
telenovelas, que juegan con la trama de la intriga y el deseo de saber que
ocurrirá, sino lo que queda en la médula espinal después de cada capítulo de Perdidos, Los Soprano, Mad Men o Misfits
(o, por nombrar una adaptación literaria, Juego
de Tronos). Si alguien está buscando la huella que imprime en el carácter
una novela no debería meterse en la sala de un cine, debería buscar entre las
series, pues estas ya han logrado superar su minoría de edad y son, en
ocasiones, verdaderos productos estéticos.
El efecto Sherezade es un efecto narcótico y sedante, lo
mismo que eran los cuentos que le contaba Sherezade al Rey
Shahriar, el efecto que nos producen las historias que prometen continuar al
día siguiente, que nos prolongarán la vida un poco más, pues mientras dura la
historia la vida también dura. Los personajes se quedan suspendidos esperando
la conclusión en el limbo de lo que existe, aunque sea de la manera en que
existen dios y los unicornios. El efecto Sherezade hace que la realidad sea
habitable, porque podemos elegir en ella a nuestros compañeros de viaje. El ser
humano necesita la repetición, necesita saber que lo que hoy es cierto y está
vivo mañana seguirá siendo cierto y seguirá estando vivo, aunque se transforme.
Se necesita mucha presencia de ánimo para decir hola y adiós a alguien una
misma tarde, se necesita una gran carencia de miedo, se necesita estar
preparado para la muerte.
La película exige mucho, lo mismo que un relato. Haz la
prueba. Piensa en qué te da menos pereza, leer un relato o empezar una novela,
ver una película o dos capítulos de una serie. Aunque inviertas el mismo tiempo
en hacer ambas cosas ni el relato ni la película van a desplegar su efecto
Sherezade, el beso de buenas noches con la promesa de que la historia
continuará mañana. La novela y la serie suspenden nuestro miedo a la muerte, a
que todo se termine, a que no podamos controlar el tiempo, el cine y el relato
son espacios sagrados en los que el espectador y el lector se enfrentará al
abismo, ceden su tiempo a los personajes sin esperanzas de que estos sigan a su
lado cuando se despierte.
Artículo publicado en la revista Brixel
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