Tuesday, February 09, 2010

Así son los monstruos. Donde viven los monstruos.

Fui a ver la película de Jonze con una niña de 12 años. Este dato es importante, pues todas las películas para niños deberían ser vistas por niños, así que cuando te acercas a ellas es conveniente rejuvenecer de pronto o, cuanto menos, tener una niña cerca que te recuerde que hay algo dentro de ti que sigue creyendo en brujas y hadas, que sigue esperando magia de la vida y que le sigue teniendo miedo a los monstruos.
Los monstruos han perdido gran parte de su sentido. Los monstruos ya no dan miedo. Los monstruos son vencidos por el bien, el lobo es derrotado siempre y los seres perversos están frente a ti, en el otro lado, como enemigo a batir, como la amenaza exterior. El monstruo está fuera de casa, y se tiene que untar la patita de harina y aclarar su voz con huevos para que lo dejes entrar. No vas a buscar a los monstruos, sino que son ellos quienes vienen a buscarte a ti y no te queda más remedio que huir, esconderte o rezar para que alguien venga a salvarte.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando los monstruos están dentro? ¿qué sucede si el monstruo eres tú? Max es un niño travieso, que hace trastadas para llamar la atención de su hermana y su madre, ambas con tareas más importantes ⎯en principio⎯ que hacer que atenderlo a él. La película empieza con el refugio que Max construye en la nieve. No será el último refugio que construya, parece como si su misión en este mundo fuera construir refugios, como si necesitara esos refugios para poder crecer y sobrevivir. El niño construye primero un refugio para sí mismo, un refugio frágil y sencillo, un refugio de nieve que será aplastado sin piedad por uno de los amiguitos de su hermana. Max también resulta herido. El refugio no ha cumplido su función.

En la isla de los monstruos todos ellos construirán el segundo refugio, un refugio grande y hermoso, que servirá para unirlos a todos y para hacer que Max cumpla sus sueños. Ya no está jugando a construir, está construyendo de verdad. Sin embargo este refugio tampoco funciona, tampoco se puede sentir seguro en él, porque ya no se fía de sus amigos, así que quiere construir un tercer refugio, una habitación secreta dentro de la enorme fortaleza. Éste será el principio del fin, el punto de inflexión que lo conducirá al destierro. Los que se sienten seguros no necesitan refugio alguno. Los fuertes se bastan a sí mismos para defenderse. La obsesión de Max por construir refugios responde a su indefensión, a su debilidad, a la necesidad de sentir que está en un lugar seguro, lo mismo que la obsesión de Carol por construir un mundo perfecto en miniatura responde a su incapacidad para convivir en un mundo de verdad.
No existe tal lugar seguro. En todos ellos hay alguna amenaza. El mundo de los monstruos no sirve para escapar a la realidad de la vida, y la vida no es una casa idílica y perfecta, sino un lugar gris, donde cada persona tiene sus propios problemas y lucha por hacerse un sitio.
En el libro de Sendak, Max escapa de su casa gracias al sueño. Sube a su cuarto, se duerme y, cuando despierta, el mundo de los monstruos, de lo salvaje, ha desaparecido. La película es mucho más sutil, mucho menos compasiva. El niño, en lugar de dormirse, se escapa. A la isla de los monstruos se llega en barco, Max atraviesa un océano que le sirve de rito iniciático a la verdad de sí mismo. Cuando termina su aventura vuelve por donde ha venido, vuelve a atravesar el agua. La isla de lo salvaje no se esfuma, sino que permanece. Pase lo que pase, los monstruos seguirán ahí y, podemos intuírlo, su existencia no va a ser del todo feliz.
La niña de 12 años que estaba a mi lado en el cine (pongamos que se llama Lucía) protestó. Me dijo "en el libro no es así. En el libro se duerme". Le intenté explicar en un susurro que el sueño y el océano cumplían la misma función narrativa, que en esencia eran lo mismo, pero no pareció muy conforme. Puede que, después de todo, la película no fuera tan para niños como parecía, o puede que fuera para niños, pero no tuviera ningún escrúpulo hacia ellos, no permitiera ninguna concesión, no les dejara pensar que no pasaba nada, que todo era un sueño.
Los dos mundos contrastan pavorosamente, el mundo realista de la casa, descarnado y gris, y el mundo de esos "peluches gigantes" que son los monstruos. La luz que predomina este último es una luz oblicua, como de atardecer perpetuo, como de lugar a punto de sumirse en las tinieblas.

Y es que los monstruos son monstruos. Los monstruos son seres malvados y egoístas que son crueles casi sin querer. Los monstruos no son el buenazo de Shrek, no son marginados de la sociedad. Los monstruos hacen daño, no saben convivir, no miden las consecuencias de sus actos. Son, en cierta medida, como niños. Niños gigantes y caprichosos, con mucha fuerza, con ganas de ser felices y estar unidos, pero sin las capacidades necesarias para llevarlo a cabo.
Las utopías nunca llegan a c umplirse, el niño que quería ser astronauta acaba de auxiliar administrativo y la niña que quería ser princesa termina de ama de casa. Lo deseos de los niños son grandes y bonitos, como la preciosa maqueta que Carol tiene dentro de las montañas. Lo malo es que en la vida los juegos son peligrosos, los juegos pueden llegar a crear enemistades y problemas.
Los monstruos de Jonze son más monstruos que nunca. Son exactamente lo que una espera de un monstruo, y por eso la película no resulta fácil de ver. La sombra de la catástrofe planea sobre el mundo de juegos y diversión y el fracaso se cierne sobre los sueños. La maqueta quedará destruida, el rey de pacotilla tendrá que renunciar a su trono y aceptar que ese mundo le queda grande.
Una vez terminada la película le pregunté a Lucía ¿te gustó? Ella me contestó: "sí, mucho, pero no es pa niños". Lucía tiene razón, al final resulta que no es una película para niños, no es una película de Disney o, si me apuras, no es Avatar. Sin embargo es una película que gusta a los niños, porque les habla de sus monstruos, de los seres que habitan su mundo, de sus deseos de construir refugios, de sus grandes sueños, de sus miedos. Es una película que gusta a los niños porque no es melosa, pero sí es bonita, porque no conozco a nadie (tenga la edad que tenga) a quien no le gustaría abrazar a Judith o a KW, a quien no le gustaría meter la cabeza por el hueco de la maqueta que Carol tenía entre las montañas y sentirse enorme en un universo diminuto.
Acéptalo, vives en un mundo cruel, en un mundo en el que te vas a sentir solo y desprotegido, en un mundo en el que para sobrevivir tendrás que pensar en los demás y no ser egoísta. Donde viven los monstruos no es una película para adultos, pero gusta a los adultos porque hay una parte en cada uno de los seres humanos que sigue buscando refugio, que reclama atención, que todavía no ha entendido del todo lo que es un monstruo. Dentro de su crueldad, es una película que respeta a los niños, pues entiende que ellos admiten el mal mucho más que muchas personas mayores, y también respeta a los adultos, pues les concede convivir con sus monstruos, y admitir que hacerse mayor no tiene por qué significar siempre superar todos los miedos, ni tampoco cumplir todos los sueños. Coloquémosla entonces en la estantería junto a Alicia, El principito, El mago de Oz, Desperaux, y ese puñado de historias que nos acompañan toda la vida, que nos hacen crecer siempre y dan voz a nuestros miedos. Los niños tendrán que armarse de toda la madurez que les ha dado el mundo complejo de la modernidad, los adultos tendremos que admitir que no somos tan maduros como queremos creer.

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