Tuesday, February 09, 2010

Looking for reality. Realidad, de Tom Stoppard.

La ironía sólo es hipocresía con estilo.
Looking for Richard
El ansia por vivir la vida real, por que cada movimiento sea un movimiento auténtico, porque el amor sea el amor verdadero; la escritura, la escritura del alma; el teatro, el teatro de la vida.
Stoppard propone un juego que, como todo juego que se parece peligrosamente a la vida, no deja de ser un juego cruel. Un escritor lleno de ironía y sarcasmo hacia una vida que no llega a ser del todo suya, unas mujeres que reclaman salirse de los clichés en que las sitúan los autores de las obras, un completo y circular juego de parejas. Realidad es una comedia de salón, pero es mucho más que eso. Tal vez su capacidad de transcender su propia forma se deba a la sinceridad de sus planteamientos, a la necesidad del autor de colocarse a sí mismo delante del público, a su necesidad de ser juzgado.
Las dosis de autocrítica dentro de esta obra son insólitas, al menos dentro del teatro actual. El autor es un hombre dividido entre sus gustos chavacanos y su maestría con las palabras, un hombre que se defiende de la vida con estas mismas palabras, pero que a la vez demuestra su fragilidad y su cobardía. La obra se convierte en toda una búsqueda de un instante auténtico, de un momento en el que el teatro se pueda confundir con la vida real.
Sin embargo este momento no termina de llegar, he aquí de donde nace la angustia que amarga la comedia entera. El escenario está terriblemente lejos del público, los personajes están terriblemente lejos de sí mismos. Cada uno intenta interpretar su papel en la vida, pero no deja de ser eso: interpretar. Si hay algo que reprocharle a los actores es que a veces crean que están viviendo una escena real, un momento de vida, un instante verídico. Si hay algo que reprocharle a los actores es que se crean lo que están interpretando, aunque es cierto que no creérselo, que asumir que la ironía va más allá de las frases ingeniosas de Henry, resultaría difícil de representar, y aún más difícil de ver. Los actores entran en el juego de Stoppard, pero sin dejar de ser magnánimos consigo mismos, sin dejar de pensar que lo que ocurre en el escenario es lo que ocurre en la vida.
El puzle que forman los cojines en el escenario es también el puzle de cada uno, que arma y desarma, hace y deshace con la esperanza de que al final todo encaje, de que todo siga en el fondo un patrón de sentido, una finalidad última. La sobriedad de esos muebles que se construyen y se desvanecen ante los ojos del espectador se ve enturbiada, sin embargo, por unas imágenes proyectadas detrás del escenario, imágenes que pocas veces son algo más que decorativas. La pantalla, la imagen de la realidad por excelencia, lo que hace es duplicar las palabras, introducir el único elemento de naturaleza que hay en esta obra del todo artificial o completar el decorado de las habitaciones.
Cada uno de los personajes está a solas consigo mismo, y en pocas ocasiones llega a un momento de comunicación con el resto. Cada uno está quieto en su sitio, haciendo sus movimientos, ejecutando su papel. Los reproches que se lanzan unos a otros los obligan a justificarse una y otra vez, a vivir las escenas como si de un juicio constante se tratara.
Las historias que se cruzan, la obra fallida de un soldado que pasa por contestatario y las obras de teatro dentro de la obra de teatro, también contribuyen a este aislamiento, a esta sociedad que condena a cada uno de sus miembros a una soledad infranqueable, a una incomunicación hecha de palabras que ya no significan nada. La vida es un presente confuso, en el que cada uno es consciente de la imagen que quiere proyectar de sí mismo.
Lo malo de buscar la realidad es que se parte de su negación, y casi de su imposibilidad. Las reflexiones metateatrales, aunque se trate el tema de la realidad, están más cerca del arte (en el sentido de artificio) que de la vida. La ironía aleja del mundo. La ironía protege del mundo. La ironía no es más que hipocresía con estilo, y estamos ante una obra deliberadamente hipócrita, donde la hipocresía es la distancia que nos separa de la realidad.
En el teatro hay tiempo suficiente para responder la frase más ingenioso, pero también es decisión del teatro hacer uso de ese tiempo o de esa frase, separarse de la dificultad de la vida. Esta obra está deliberadamente lejos y es deliberadamente artificial, justo para mostrar lo lejos que está la vida actual de las pasiones, y lo lejos que está la palabra de su significado. Muestra un mundo de mentiras, porque la mentira forma parte de nuestro día a día, porque nos hemos acostumbrado a convivir con lo falso, de tal manera que ya cuesta mucho distinguirlo de lo verdadero.
En un mundo de realidades virtuales, representaciones, fotografías, pantallas, injusticias intrínsecas y sociedad de consumo moralmente discutible, la realidad del espectador no es demasiado verdadera. El espectador es adicto ya a una forma de vida irreal, pero es necesario, al menos, que sea consciente de esta irrealidad de la vida. Realidad no es la realidad, sino su doble artificial, este complejo mundo que nos hemos montados para seguir siendo inocentes.
Stoppard le dice al espectador: ¿verdad que te sientes identificado? ¿verdad que tu vida es así? pues déjame que te diga algo. La vida no es así, esto es pura patraña, pura comedia. Tu realidad es totalmente falsa. Ahora, vive con eso.

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