La piel desnuda me electriza, es de carga distinta a la mía y me adhiero a ella hasta fundirme. Las curvas de un cuerpo desnudo son tobogán para mi desenfreno e insaciabilidad para mi ansia. No hay recovecos ni esquinas en la piel en los que su olor, su color o su sabor permanezca ignoto a mis sentidos, cuando una mujer deja caer su último lienzo. De cada poro hago un mundo y en cada pliegue divago una eternidad. Cada línea, cada botón, cada oquedad me lleva como una senda perdida a dos puntos cardinales: el centro de un valle y el sur de unos pies. Para llegar hasta esos puntos desearía convertir todos los alfabetos en actos de amor perverso.
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La piel desnuda me electriza, es de carga distinta a la mía y me adhiero a ella hasta fundirme. Las curvas de un cuerpo desnudo son tobogán para mi desenfreno e insaciabilidad para mi ansia. No hay recovecos ni esquinas en la piel en los que su olor, su color o su sabor permanezca ignoto a mis sentidos, cuando una mujer deja caer su último lienzo. De cada poro hago un mundo y en cada pliegue divago una eternidad. Cada línea, cada botón, cada oquedad me lleva como una senda perdida a dos puntos cardinales: el centro de un valle y el sur de unos pies. Para llegar hasta esos puntos desearía convertir todos los alfabetos en actos de amor perverso.
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