Saturday, December 01, 2012

Citas: El nombre del viento. (Patrick Rothfuss)


—Mi abuelo siempre decía que el otoño es la estación idónea para arrancar de raíz cualquier cosa que no quieras que vuelva a molestarte.
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En otoño todo está cansado y más dispuesto a morir.»
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«De modo que esa es la diferencia entre contar una historia y estar dentro de una historia —pensó como atontado—: el miedo.»
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—Bueno, no querría que por mi culpa dejaras de dormir —dijo Kote con sarcasmo, y su mirada volvió a endurecerse—. Puedo resumirlo todo en una frase. —Carraspeó—. «Viajé, amé, perdí, confié y me traicionaron.» Escríbelo y haz con ello lo que quieras.
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He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos. Quizá hayas oído hablar de mí.
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«Al pan, pan y al vino, vino. Pero a una prostituta llámala siempre señora.
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—Nos hemos alejado demasiado de la civilización, chicos. Los que me necesitan no confían en mí, y los que confían en mí no pueden pagarme.
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—¿Temes que te envenenen? —inquirió él con cierto asombro. —No, no es eso. Pero me parece que si esperas hasta el momento en que sabes que necesitas un antídoto, seguramente ya es demasiado tarde para buscarlo.
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Escuchar a hurtadillas es una costumbre deplorable, pero desde entonces he desarrollado otras peores.
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—Ese es el verdadero misterio, ¿no? —dijo Ben con una risita—. Supongo que eso es lo que los hace más temibles que el resto de los seres fantásticos de que hablan las historias. Un fantasma busca venganza, un demonio quiere tu alma, un engendro tiene hambre y frío. Eso los hace menos aterradores. Las cosas que entendemos podemos intentar controlarlas. Pero los Chandrian aparecen como un rayo en un cielo despejado. Son pura destrucción, sin sentido y sin motivo.
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Desprendía un olor reconfortante, un olor que solo tienen las madres.
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Quizá la mayor facultad que posee nuestra mente sea la capacidad de sobrellevar el dolor. El pensamiento clásico nos enseña las cuatro puertas de la mente, por las que cada uno pasa según sus necesidades. La primera es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática, suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente se protege del dolor: pasando por la primera puerta. La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que «el tiempo todo lo cura» es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta. La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es solo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad. La última puerta es la de la muerte. El último recurso. Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado.
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También tenía una cosa que no necesitaba: 
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—No hay ninguna buena historia que no contenga nada de verdad
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—Todas las historias son ciertas —respondió Skarpi—. Pero esta pasó de verdad, si es a eso a lo que te refieres. —Bebió otro lento sorbo de cerveza; luego volvió a sonreír y se le iluminaron los ojos—. Más o menos. Hay que ser un poco mentiroso para contar bien una historia. Demasiada verdad tergiversa los hechos. Demasiada sinceridad te hace parecer falso.
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En la calle, todos los días se parecen, solo que la gente está un poco más borracha los Hepten, y un poco más generosa los Duelos.
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Llevaba casi una hora maltratando a aquel hombre; lo menos que podía hacer era contarle una historia que él, a su vez, pudiera contar a sus amigos.
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—Los pies dicen mucho de la persona —caviló—. Hay hombres que entran aquí, sonrientes, con los zapatos muy limpios y los calcetines empolvados. Pero cuando se descalzan, sus pies huelen a rayos. Esas son las personas que ocultan cosas. Tienen secretos apestosos e intentan ocultarlos, como intentan ocultar el hedor de sus pies.
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Sabía, por mis anteriores discusiones con Ben, que para entrar en la Universidad necesitabas dinero o inteligencia. Cuanto más tenías de una cosa, menos necesitabas de la otra.
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—¿Cuáles son las tres leyes más importantes del químico? Eso sí me lo había enseñado Ben. —Etiquetar con claridad. Medir dos veces. Comer en otro sitio.
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Además, la rabia puede calentarte por la noche, y el orgullo herido puede alentar a un hombre a hacer cosas maravillosas.
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Su lema era Ivare Enim Euge, que significa más o menos «por el bien mayor».
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pero tenía ese aire un tanto torpe de los niños que todavía no se han acostumbrado a manejarse con la estatura de un hombre.
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No era una puerta para abrirla. Era una puerta para permanecer cerrada.
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«Todos los hombres sabios temen tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre apacible».
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Sobre él verteré el hambre y el fuego hasta que la desolación lo aturda y todos los demonios de la oscuridad exterior miren asombrados y reconozcan que la especialidad del hombre es la venganza.  
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—Por supuesto —dijo Kvothe grandiosamente—. Limpio, rápido y fácil como mentir. Sabemos cómo termina antes de que empiece. Por eso nos gustan las historias. Nos ofrecen la claridad y la sencillez de que carece nuestra vida real.
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Para aproximarse a una criatura salvaje es necesario tener cuidado. El sigilo no sirve de nada. Las criaturas salvajes reconocen el sigilo y saben que es una mentira y una trampa.
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Nos sentamos en el banco de piedra bajo el poste del banderín donde me habían azotado. Al principio, justo después de los latigazos, aquel sitio me producía pavor, pero de vez en cuando me sentaba allí para demostrarme a mí mismo que podía soportarlo. Cuando dejó de molestarme, me sentaba allí porque me divertían las miradas que me lanzaban los estudiantes. Ahora me sentaba allí porque me encontraba cómodo. Era mi sitio.
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—Espero que este sitio sea tan bueno como todo el mundo por lo visto cree que es —dije con entusiasmo—. Necesito un sitio donde arder.
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Para mí, ella no era una persona, ni siquiera una voz; era solo una parte de la canción que ardía en mi interior.
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—Me parece que es usted más sabio de lo que cree. —Bueno —replicó él tratando de no parecer complacido—. Mira, no dejes que se entere mucha gente, o empezarán a esperar que haga grandes cosas.
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Salid a pasear un día de principios de invierno, después del primer frío de la temporada. Buscad una charca con una fina película de hielo en la superficie, todavía limpia, intacta y transparente como el cristal. Cerca de la orilla, el hielo aguantará vuestro peso. Deslizaos un poco por él. Más allá. Al final encontraréis el sitio donde la superficie soporta vuestro peso de milagro. Entonces sentiréis lo que sentí yo. El hielo se rompe bajo vuestros pies. Mirad hacia abajo y veréis las blancas grietas recorriendo el hielo como alocadas, complicadas telarañas. No se oye nada, pero notáis la vibración a través de las plantas de los pies. Eso fue lo que pasó cuando Denna me sonrió.
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—Sin embargo —agregó—, esto es un agradecimiento desproporcionado. Es una recompensa exagerada por la ayuda que yo pueda haberte ofrecido. Si lo aceptara, quedaría en deuda contigo. —Me cogió una mano y me puso el caramillo en la palma—. Prefiero que estés tú en deuda conmigo. —De pronto sonrió—. Así, todavía me debes un favor.
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—¿Por qué lo ha traído? —pregunté—. ¿Para qué sirve? —Para asustar a los novatos. —Sonrió. —¿Y para nada más práctico? —El miedo es muy práctico —replicó Manet—.
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—Reduje un poco el paso y adopté una expresión más seria—. ¿Qué pasa con Sovoy? —¿Ha reivindicado sus derechos sobre mí? —dijo ella borrando la sonrisa de sus labios. —No, no es eso. Pero existen ciertos protocolos con relación a... —¿Un acuerdo de caballeros? —preguntó ella con mordacidad. —Más bien honor entre ladrones.
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No hay nada que odie más que hacer las cosas mal.
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La cerveza embota la memoria, el aguardiente le prende fuego, pero el vino es lo mejor para un corazón dolorido. —Hizo
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El nombre del viento (Exitos De Plaza & Janes) (Spanish Edition) (Rothfuss Patrick)
- Highlight Loc. 12768-69  | Added on Saturday, July 14, 2012, 01:10 AM
Existe una clase de camaradería que solo se da entre los hombres que han peleado contra los mismos enemigos o que han conocido a las mismas mujeres.
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—Quiero que sepas que si hago esto es porque siento debilidad por los chicos guapos, por los débiles mentales y por la gente que me debe dinero. Lo considero una protección de mi inversión.
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Cuando vivía con la troupe, aprendí a evaluar las características de un pueblo. Es algo muy parecido a adivinar los gustos de tu público cuando actúas en una taberna. Evaluar un pueblo es más arriesgado, desde luego: si tocas la canción equivocada en una taberna, es posible que te abucheen; pero si juzgas mal a un pueblo entero, las cosas pueden ponerse mucho más feas.
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—Se ve que yo no me enamoraré. —Ya has vuelto a hacerlo: siete palabras —dijo Denna sonriendo—. Supongo que sabes que siempre lo haces.
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—Hay pocas cosas más repugnantes que la obediencia ciega —dijo—. Os convendría a los dos recordarlo.
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Habíamos pasado tan deprisa del pánico al alivio que iba a costarnos contener la risa floja.
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—¿Has oído alguna vez la historia del niño de las flechas de oro? —me preguntó—. Cuando era pequeña, esa historia me intrigaba mucho. Si le lanzas a alguien una flecha de oro, debes de estar desesperado por matarlo. ¿Por qué no quedarte el oro y marcharte a casa?
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—Mira, Sim —dije, exasperado—, si yo le interesara, podría encontrarla más de una vez al mes sin necesidad de buscarla tanto. —Eso es una falacia lógica —dijo Sim con convicción—. Causa falsa. Lo único que demuestra es que eres malísimo buscando, o que ella es difícil de encontrar. Pero no que no le intereses.
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—Es una palabra. Las palabras son pálidas sombras de nombres olvidados. Los nombres tienen poder, y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros. Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el fuego en sí.
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Los búhos son sabios. Son cuidadosos y pacientes. La sabiduría excluye la audacia. —Bebió un sorbo de vino, sujetando el asa de la tacita con el pulgar y el índice—. Por eso los búhos no son buenos héroes.
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No existe nada tan deliciosamente misterioso como un secreto en el propio patio de tu casa.
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—Y el niño se convierte en un rey mejor que el verdadero. La pastora se disfraza de condesa y todo el mundo queda asombrado por su encanto y su elegancia. —Titubeó, buscando las palabras que necesitaba—. Verás, existe una conexión fundamental entre lo que uno parece y lo que uno es. Todos los niños Fata lo saben, pero vosotros, los mortales, no lo veis. Nosotros sabemos lo peligrosas que pueden resultar las máscaras. Todos nos convertimos en lo que fingimos ser.
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Todos nos contamos una historia sobre nosotros mismos. Siempre. Continuamente. Esa historia es lo que nos convierte en lo que somos. Nos construimos a nosotros mismos a partir de esa historia.

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